EL COMPORTAMIENTO CORRECTO

El gran drama (y a la vez reto) de nuestro tiempo es elegir el comportamiento “correcto”. Prácticamente todo gira en torno a esta cuestión:

las propuestas ingenuas de las redes sociales virtuales, la exploración del cerebro y sus teorías sobre su funcionamiento (buscando la naturaleza del comportamiento), la condena pública (no pocas veces extremistas) de ciertas conductas y reacciones, la insistencia en la recuperación de los valores y formas de vida tradicionales, la defensa de los estilos de vida de comunidades indígenas (camuflada a veces, cuando no claramente explícita, en películas de ficción), la búsqueda de retos comunitarios que obligan a una determinada respuesta (por ejemplo, el deterioro medioambiental), etc. Todo trata de determinar qué es necesario evitar y qué es definitivamente lo correcto.

Tanta insistencia en lo mismo indica la desesperación actual del ser humano. ¿Y por qué estamos desesperados? Al menos en Occidente hemos perdido el código (moral) que nos indicaba qué es bueno y qué es malo. Ligados al cristianismo, estos valores han sido arrastrados irremediablemente por el decaimiento de la religión, lo cual nos indica que no sólo necesitamos valores, sino también un sentido que los sustente. No sólo necesitamos saber lo que es correcto y lo que no. Hasta ahora también hemos necesitado creencias que justifiquen por qué algo es correcto.

En suma, queremos tener la seguridad de lograr una buena vida y necesitamos criterios ciertos para lograrla. De ahí la búsqueda incesante de reglas verdaderas para vivir.

No nos ayuda un mundo globalizado en el cual se relativiza qué es el buen vivir: no tengo motivos para asegurar que mi forma de vivir es más auténtica que la desarrollada en Japón, en Suráfrica o en Australia, ni siquiera que la que desarrolla mi vecino, tal vez de otra procedencia y educación. Veo que la solución que se aplica es la de permitir una
extrema diversidad con la máxima tolerancia, y que sin embargo esto está dando lugar a una progresiva intolerancia, con posiciones irreconciliables e incluso fundamentalismos. La diversidad, y el respeto a la misma, en vez de la seguridad
procurada se traduce en una mayor inseguridad. ¿Por qué? Porque se olvida que somos seres sociales, comunitarios, y que lo comunitario es el apoyo en lo común. ¿Cómo me apoyo en lo común si mi entorno es diferente? De esta inseguridad puede hablar cualquier inmigrante en cualquier parte del mundo.

De este modo yo afirmo lo mío y quien tengo delante afirma lo suyo. La tolerancia prescrita niega el cuestionamiento ajeno, por lo que desaparece el diálogo, tratando cada cual de afianzarse en su propia afirmación sobre qué quiere vivir, cuál es su manera de vivir, qué le parece correcto. Una mirada mutua respetuosa, y un desencuentro. El resultado: soledad e incertidumbre. Se entienden así posturas como la reclamación feroz de los valores anteriores, más tradicionales, o la condena igualmente feroz a los que no aceptan la novedad propuesta, los nuevos valores. La necesidad es la misma: estar situado en el comportamiento correcto, en la vida acertada.


No veo más solución que la construcción comunitaria del comportamiento correcto, es decir, la creación de sentimientos comunitarios. Pero con nuestra, efectivamente, diversidad y movilidad ya no podemos confiar en sentirnos identificados con nuestros vecinos. Ahora hay que pensar en una comunidad diferente a la tradicional, a la basada en varias generaciones conviviendo en un mismo lugar. Ya no es posible, o lo va siendo cada vez menos, una identificación con la tierra. Aunque sí es posible reproducir lo que forjaba y mantenía a esas generaciones convivientes: compartir experiencias importantes y el intercambio equilibrado entre las personas.


-Del equilibrio entre el dar y el tomar ya hablé en un artículo anterior de este blog. Es generador de confianza y sentimientos de inclusión en un grupo mayor.

-En cuanto a las experiencias importantes compartidas, pueden ser muchas. Para el propósito de este artículo, consolidar comportamientos correctos, yo destacaría de dos tipos:

Por un lado están los acontecimientos que nos trae la vida (nacimientos, uniones, separaciones, pérdidas y ganancias, también disrupciones sociales o medioambientales, o cualquier otra vivencia experimentada como imposición ineludible), acumuladoras de una sabiduría común que en adelante funciona como guía para vivir, las mismas guías para todo el grupo.

En el segundo tipo encontramos las experiencias “creadas”, ya sean fiestas o rituales, actividades y agrupaciones que identifican a todos los participantes entre sí, promotoras de unas guías, en este caso más o menos diseñadas, que proponen el comportamiento adecuado y aceptable.

Nada de esto que digo es nuevo. No es innovación. Es subrayar un camino, colorearlo para distinguirlo como importante. ¿Y para qué? ¿Por qué merece la pena? Porque crean relaciones definidas por el apoyo, la identidad, la confianza y la bendición mutuas.

Porque el comportamiento correcto no es sólo el que te coloca en un orden interior, sino también el que recibe el asentimiento de tu entorno. Porque también así podrás elegir, si quieres, el comportamiento incorrecto, y asentir a su coste, sin esforzarte ingenuamente en convencer a otros de que tu conducta es la correcta.

 

ÁNGEL MARTÍNEZ VIEJO

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